Hoy recomiendo “La colección invisible”, hermoso opúsculo de Stefan Zweig (1881-1942), autor nacido de la cepa de escritores que requieren reclinatorio.
La acción se sitúa en los años veinte, en la Alemania vencida y sumergida en la miseria tras la Primera Guerra Mundial. El protagonista es un viejecito entrañable que ha dedicado su vida a atesorar obras de arte (aguafuertes de Rembrandt, grabados de Dürer, etc.). Guarda este tesoro en veintisiete carpetas, dedicadas cada una a un maestro diferente, y bien llenas todas.
El hombre está ciego, desde mucho antes de que estallara el conflicto bélico. Aparte de esto, goza de buena salud. Como no ve, la única alegría que le queda, y que le proporciona un placer infinito, es tocar y contar sus grabados. El anciano pasa las tardes feliz cogiendo sus carpetas y recordando, imaginando, cada detalle de los grabados. Puede saborear el aroma del arte porque los reconoce al tacto.
Su mujer y su hija no quieren destruir esta última ilusión, sin la cual nuestro hombrecillo no sobreviviría. Para mitigar la cruda realidad de que la guerra ha destrozado sus vidas, le ocultan que la pensión que recibe no da ni para comer y que el dinero se derrite como la nieve al sol.
Su mujer y su hija deciden que una buena forma de salir del apuro es vender la valiosísima colección de grabados. Para evitar que él se entere de la argucia urdida a sus espaldas, por cada grabado original que extraen de la carpeta para su venta, insertan en su lugar una copia más falsa que Judas. El anciano vive engañado por la ilusión de tener entre sus manos, cada tarde, su colección de obras de arte, esos grabados que ama con fanatismo y disfruta de ellos como si fueran los originales. Un famoso anticuario de Berlín visita al viejete para preguntarle sobre su colección y se verá envuelto en un piadoso engaño.
Zweig denuncia con esta narración la rapiña que sufrieron las obras de arte en Alemania durante la época de mayor inflación para el país.
El relato posee, como todo lo que nace de la pluma de este judío genial, una finura exquisita, se me antoja que reservada a los habitantes del Olimpo, en el caso de que los dioses se sentaran a escribir. Relato perfecto, qué manera de dar rodeos.
Impregnado de humanidad y ternura. Parece escrito de un tirón y concentra, como pocos, el peculiar estilo de Zweig, ese que convierte un asunto mundano en un universo espiritual. Una se contagia del entusiasmo contemplativo de este ciego, este hombre lamentablemente engañado con mirada desguazada, pero alma esperanzada.
Como hojas secas en otoño, al cerrar el libro las lecciones de Zweig se arremolinan, acurrucadas, en nuestra conciencia. A nosotros, nos cede el placer de leerlas con el mismo entusiasmo con el que este anciano se apasiona por los grabados y, naturalmente, con los ojos bien abiertos.
Leedlo. Disfrutadlo. Que así sea.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Wow. Tú me descubriste algunas lecturas de Zweig y la verdad que es que esta me parece también super interesante. Necesito transportarme nuevamente a la prosa Zweigana.
Anotado para próximas compritas.
Besos.
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Si ya sabes cómo escribe no hace falta que te diga lo que vas a disfrutar. Este es cortito, pero tan puro y hondo como uno de largo aliento. Besos!
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Voy a apuntarmela ahora mismo qué luego se me olvida. has hecho una reseña tan jugosa y apetecible, que dan ganas de ir ahora mismo por el libro, de verdad muy buena. Además el tema la trama y el argumento de lo más provocador. Espero tener más tiempo para leerla que la familia de la novela con su «dinero». Gracias por ofrecer la oportunidad de leer estas joyas que siempre nos presentas. Un abrazo.
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Muchas gracias, Nicolás, por tu respuesta. A mí también me gustan mucho tus reflexiones en tu blog. Otro abrazo para ti.
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