La novela de hoy es «Chesil Beach» de Ian McEwan (Aldershot, Hampshire, Inglaterra, 1948), fabuloso retrato del choque emocional que se da en una pareja de jóvenes románticos que, tras un largo cortejo de tira y afloja, en el que el chico (Edward) siempre tira y la chica (Florence) nunca afloja, se casan. La novela se detiene en lo que sucede la noche de bodas y se convierte no solo en el retrato íntimo de lo que viven Florence y Edward, sino en el retrato de toda una generación, incluso de una época, la época en la que la revolución sexual aún no había llegado y «El amante de Lady Chatterley» estaba prohibido.
Ambos son vírgenes y están anhelantes por estrenarse en el gozo amoroso. Como cualquier idilio en su tramo final, acuden al lecho desnudos, pero con el ropaje más espeso que pueden vestir dos enamorados. Frustraciones, miedos, ignorancia, timidez y una larga cola de prohibiciones de todo tipo. Con estas sayas, el británico construye el mapa sentimental de estos jóvenes que, además, llevan el corsé de pertenecer a clases sociales muy distintas y haber crecido con educaciones muy diferentes. La desembocadura natural de tanta indumentaria y el velo de una idea romántica del amor es que les resulta imposible consumar la relación carnal y su noche más esperada se convierte en una suerte de duelo secreto entre la repulsión y el goce.
A pesar de que reconozco el hondo aliento literario de la escritura de McEwan, hoy no me voy a plegar ante la excelente crítica porque he de decir que su lectura me ha dejado un tanto fría. Posee todos los ingredientes de una narración perfecta, pero ni un gramo de lirismo. Está muy bien escrita. El británico no deja cabo por atar ni fleco por rematar. Sin embargo, emocionalmente no me ha calado, no me ha hurgado los sentimientos. El secuestro consentido que siempre persigo en la historia que leo no se ha producido. Quizá, para retratar bien sea necesario alejarse del dibujo, pero como una es avezada lectora y va escogiendo aquello que a su paladar resulte más selecto, necesito que el dibujo retratado —el texto— engarce en mí, más allá de la buena letra. Que me seduzca íntimamente. Que brote esa comunicación invisible con las palabras en cuya corriente quiero abandonarme, o mejor, me abandone sin querer, me aísle. Busco que las palabras me arrastren a un lugar alejado de mi mundo, pero tan mío que, naturalmente, no quiera salir. Y cuando sospecho que vienen aguas agitadas y bravas, esas aguas bienhechoras tan deseadas, consiento el secuestro. En «Chesil Beach», lamentablemente, no he escuchado el rugir de las aguas que anuncian marea, ni ha salpicado a mi paladar una chispa de sal.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Como siempre, ¡maravillosa manera de expresar el arrebato que se siente cuando una lectura te enamora! Aunque ésta, no lo ha logrado.
Lo mejor que puedo decir de Chesil Beach es que es una novela corta. A mi también me dejó indiferente y sin curiosidad por esos personajes que me resultaron sin alma desde el principio. En cambio, en La ley del menor, me reconcilié con MacEwan.
Al final, leer es buscar esa playa donde «consentir el secuestro» (me encanta esa metáfora tuya)
¡Seguimos buscando nuevas emociones!
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Muchas gracias por tu aportación, MaryCarmen. Hay que diferenciar entre lo correctamente escrito y lo que nos traspasa. Trazada esa doble bifurcación, una elige en qué senda penetrar cuando elige un libro. Yo busco lecturas que me atraviesen, aunque me alejen de lo pulcro. La dicha completa es cuando se da la corrección de estilo y, además, me cala. Un saludo.
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Teniendo en cuenta de que es muy complicado el encontrar un escritor del que nos gusten todos sus libros, tengo que decir que por lo de ahora mi experiencia leyendo a McEwan ha sido muy buena. Personalmente tengo que decir que “Chesil Beach” es junto a “Ámsterdam”, una de las cuatro novelas que más me han gustado del escritor inglés.
Saludos y una gran entrada, me ha gustado mucho esa reflexión del último párrafo!
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Gracias, Ginger Elvis. Me haré con «Amsterdam». No puedo juzgar a un autor únicamente con una obra, naturalmente, aunque el polvillo del estilo se suele escapar en cada párrafo. Ya te digo, yo persigo libros que me sacudan por dentro, que como decía Kafka, sus palabras sean como ese pico que rompe el mar congelado que llevamos dentro. Un saludo.
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