«Biografía del hambre» de Amélie Nothomb

Maquetaci—n 1      Hoy recomiendo «Biografía del hambre» de Amélie Nothomb (Etterbeek, 1967), texto inteligente y brillante, como todo lo que viene de la escritora belga (o belga-japonesa, como ella dice) más excéntrica, que forma parte de esa biografía ficcionada en la que ha convertido su obra. La narración posee la estrafalaria ingenuidad de la niña y adolescente que fue (abarca desde los seis hasta los veintiún años) y la elegante ironía de quien conoce las excelencias del lenguaje.

     Aunque el propósito de la novela parece ser redimir del olvido tormentos propios de la niñez y la pubertad —como cuando exhuma el atroz episodio de su anorexia a los quince años—, lo más interesante del libro es cómo pone la mirada en el hambre más omnívora de todas, que es, sin duda, la del espíritu. Hambre por el arte, por la poesía pura, por los cuentos, por el abrazo de su madre, por el chocolate, por conocer el mundo, etc. Para Nothomb estos platos sacian nuestros apetitos básicos, pero el único alimento que, ingerido (y digerido) como leche nutricia, nos hace gozar de la felicidad, es el amor.

     La narración mana espontánea sin contención, a borbotones, natural siempre. Y todo lo que cuenta, por nimio que sea, resulta interesante. Su estancia en diversos países (infancia en Japón, después Nueva York, Bangladesh, Laos, Bruselas, etc.) trae causa de su padre, cuyo trabajo como diplomático le obligaba a moverse de un lado a otro. Es una delicia conocer por qué esa mujer adulta que es hoy, aún languidece como una niña con el recuerdo del país del sol naciente y aún vive la fluidez del tiempo como una derrota.

       ¿Qué tiene de peculiar esta autora? No lo sé con certeza. Una capacidad creativa desorbitada que le hace mezclar magistralmente la ficción con sus vivencias reales, convirtiendo lo ordinario en extraordinario. Escoger el adjetivo atrevido, la frase exultante y la descripción extravagante. Amélie Nothomb posee un estilo personalísimo sustentado en lo genuino. Lo suyo es un modo de fabular que me hace sucumbir ante cualquier narración que lleve su firma. La belga sabe despertar en mí las emociones más puras con el aliento que dan las palabras. Es espléndida, excéntrica y excesiva. Escribe bien sin moderación —¿se puede escribir bien con moderación?—. La embriaguez de tener un libro suyo en mis manos es similar a la de un descubrimiento maravilloso y lo disfruto alargando el deleite ante la epifanía del próximo.

     Aunque acabo de enumerar, o de concretar, las razones que mi intelecto me procura para saber dónde está el secreto del idilio que tengo con su escritura, no estoy muy convencida. No me gusta por los motivos que he dicho. Muchos autores mezclan magistralmente la ficción con sus vivencias, utilizan adjetivos apropiados, o son amenos, y no me seducen como ella. La respuesta, tal vez, tiene algo que ver con su persona, con su aspecto. Con ese sombrero negro tan estrafalario que le gusta llevar. Me la imagino al sentarse a escribir de madrugada —habitualmente lo hace de cuatro a ocho de la mañana—, con ese mismo sombrero negro tan estrafalario depositado sobre la mesa y una copa de champán del bueno en la mano. Una estampa que marida el estilo gótico con el aristocrático más refinado. Y me imagino también que, al despuntar el día, como si el lenguaje obedeciera a un conjuro misterioso, las palabras salen de su chistera y se depositan sobre la historia encontrando su mejor aposento. La belga me tiene completamente enamorada, tanto como a ella el lenguaje, al que ama con desmesura.

     En fin, os invito a que incorporéis «Biografía del hambre» en vuestro menú intelectual de este verano y lo devoréis con la misma gula que tenéis por descansar, cumplir sueños y disfrutar de la vida. Presagio que su lectura despertará una urgente hambruna en vosotros hacia el resto de su obra.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

Amélie-Nothomb-

 

 

 

 

 

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