«Amado amo» de Rosa Montero

Con «Amado amo» Rosa Montero (Madrid, 1951) pinta un retrato psicológico de la vida dentro de una oficina. El suyo es un retrato oscuro, menudo, apenas doscientas páginas, pero universal. Y fidelísimo. Elaborado con gran oficio, como nos tiene acostumbrados. La madrileña, retratista excepcional en esto de ahondar en el plano psicológico, nos aproxima aquí a ese mal bautizado como alienación laboral. Con el pincel de la palabra recrea la agónica situación de un trabajador (César Miranda) al borde del precipicio. Tras gozar de una etapa dorada, como pintor vanguardista primero, y luego, como comercial en una empresa de éxito, pasa a conocer lo que es el descalabro más cruel, cuando entra a formar parte de otra empresa.

El escenario de la historia es un entorno ordinario. El despacho de César, el de su jefe, el de sus compañeros, el bar donde desayunan… A medida que avanza la lectura se va mascando la tragedia. Con el paso de los días, sus compañeros van vistiendo su conducta de hostilidad hacia él, con el ropaje de la ignorancia, del desprecio, del olvido, hasta conseguir su desplome y caída libre. Podría decirse que César representa al alto ejecutivo venido a menos, con una cadencia angustiosa. Porque la aniquilación de su tono vital debido a las fricciones con su entorno no sucede de la noche a la mañana. Es un proceso de gestación larga, lento, progresivo, un goteo incesante, con tal suerte que esta fatalidad la experimenta el pobre de César en proporciones ecuménicas. Entre todos, consiguen que se tenga a sí mismo por un tipo inútil, vergonzosamente improductivo para la empresa.

Por si esto fuera poco, arrastra un pasado sentimental que ha dejado su corazón absolutamente devastado. Pasiones frustradas y herido de muerte tras el abandono de su novia (Clara), César no levanta cabeza y se agarra a otra mujer (Paula). Parece llevar el mal destino dibujado en la cara. Tampoco consigue la plenitud amorosa. Sigue siendo el hombre que pierde el tren. El tipo que, teniendo la sumisión como única arma, llega siempre al mismo sitio. Ser eternamente desgraciado.

Lectura amena, sello de la autora, que invita a reflexionar sobre las consecuencias que tienen sobre las personas el desempeño de trabajos en los que el poder se mide por los metros de despacho que uno tiene o por el número de veces que el jefe habla con sus subordinados. Y sobre todo, sobre los nefastos efectos de estar bajo el manto hostil de compañeros cuyas últimas voluntades nunca llegamos a conocer.

La novela es el género literario que más se parece a los caprichosos vaivenes de la vida, a sus tragedias y a sus momentos felices. Rosa Montero en «Amado amo» crea una narración que no solo se parece a la vida, sino que copia la vida. Porque César Miranda podría ser cualquier tipo. Cualquier tipo que entre a trabajar en una oficina. Contiene, en su tipismo, a todos los empleados que trabajan en una oficina. Tras su lectura, nos queda el consuelo de que muchas de las calamidades con las que habitualmente lidiamos en nuestro micro mundo laboral, son un mal universal. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Buenas tardes y buenas lecturas.

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