Me acerco a Sara Mesa (Madrid, 1976) a través de Cicatriz y me cuesta definir con precisión qué quiere contarnos, porque a pesar de sus escasas páginas, me he sentido envuelta por el manto de sus palabras en una historia que contiene gran tonelaje reflexivo.
Básicamente, narra la turbia relación gestada en la placenta de internet entre un hombre (Knut) y una mujer (Sonia), y de cómo, entretenidos en ese tuteo peligroso que es el “yo te cuento, tú me escuchas”, seguido del “tú me entiendes, yo te sigo contando…” nace una amistad disfrazada con el arriesgado juego de suplantación de identidades.
El anonimato y la falsedad, como polizones a bordo de un barco pirata, navegan por internet sin faro y sin red y, a veces, hallan en estas aguas su mejor travesía. Y si las palabras, lejos de avistar peligro en la marea, son arrastradas por el navío de los afectos, quienes las pronuncian —o las escriben— quedan conminados al peor de los saqueos: desenvolverse en un universo ficticio, desconocido, peligroso y frío.
Sonia es una joven de veintidós años que disfruta de una beca en el archivo municipal. Está soltera y vive con sus hermanos, su madre y su abuela. Un día, para matar el tedio de su trabajo, se cuela en un foro literario y cruza unas palabras con un desconocido, que adopta el seudónimo de Knut Hamsun.
Él está con sus padres, no trabaja, no hace nada. Le da conversación y a Sonia le seduce porque cree que vive, como ella, en eterno idilio con los libros. El asunto se enreda cuando ella comienza a recibir regalos de Knut (libros, perfumes, música, etc.). Él le explica que son robados y que se siente orgulloso de sus habilidades para hacerse con lo ajeno. Lo único que ella debe hacer si desea seguir recibiendo libros —que son los que siempre ha querido leer— es pagar los gastos de envío.
Todo es raro. No les quita el precio, ya que éste —el precio — es el riesgo que Knut asume por ella. A mayor precio, mayor riesgo, y a mayor riesgo, mayor satisfacción. Extraño bucle, y aún más extraño cortejo, un arma que apunta hacia Sonia con munición peligrosa.
Al cabo de un tiempo, Sonia conoce a un hombre (Verdú), se casa y tiene un niño, pero esto no pone fin a la cadena de obsequios. Por más que lo intenta, no consigue quitarse a Knut de encima.
La trama se agita azotada por vientos y tormentas. No seré yo quien diga cómo termina. La historia, desde luego, no es la de un amor cimentado y sano, sino la de un amor encallado y lleno de debilidades, que cursa con muchas patologías y se macera en el ubérrimo terreno de la vanidad. Además, no tiene como único responsable a Knut, sino que camina impulsada a doble gas, y culmina con un desenlace en el que Sonia dará hechura a una sumisión y dependencia que tensa y destensa a su antojo.
Está salpicada de inteligentes guiños a autores cumbre de la literatura universal —sobre todo, a Joyce y Proust—, y aviva el rescoldo de sus obras poniéndolas en comunión con la historia, como cuando señala que, tal vez, el amor, como el francés dejó escrito, no es más que una proyección de las propias carencias, una entelequia, como lo eran Odette y Albertine para el joven Marcel.
Cicatriz está escrita con un estilo claro, preciso y resulta originalísima. La he leído con el afecto novicio con el que suelo acercarme a una autora desconocida, con el deseo de querer dejarme sorprender en el estreno. Y me ha gustado. Mucho. La aventura que narra, probablemente, se da en nuestras vidas con mayor frecuencia de lo que pensamos. Naturalmente. Porque internet, esa herramienta de comunicación que entretiene, es un ogro inmenso, un monstruo desconocido al que cebamos con nuestras excentricidades a golpe de teclado.
Sara Mesa ha sabido servirse de esta peligrosa herramienta, esa bisagra virtual con la que dejamos abiertas nuestras vidas, y ha creado mucho más que una historia de amor entre una mujer normal y corriente y un outsider. Estas páginas aportan sugerentes reflexiones sobre las consecuencias que tiene para el ser humano estar anclado en una sociedad que ha enfermado por el consumo. Como heridas abiertas, un sinfín de cuestiones —¿robar en grandes almacenes es más lícito que hacerlo en un pequeño comercio?, ¿y robar un libro menos pecaminoso que una joya? ¿cuáles son los límites de la filantropía?…— seguirán supurando, tardarán en cerrarse, no pensemos en si llegarán a cicatrizar.
Ya os dejo, algo cansada del teclado y deseosa de volver a esa residencia de papel, siempre cálida y segura, que son los libros.
Buenos días y buenas lecturas.
Me alegra muchísimo que te haya gustado tanto finalmente. Ya comentamos, ¿recuerdas? «Un incendio invisible» lo dejé, porque se me estaba haciendo insufrible, pero quizá deba retomarlo y quién sabe, igual me acaba encajando su estilo…. Por cierto, tengo también «Mala letra». Cuando los lea te los regalo, así que no te los compres, ¿vale?
BEsos.
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No hace falta que me regales nada. ¡Eso faltaba! El mejor regalo son tus reseñas, siempre aleccionadoras, sinceras y entusiastas. Besos!
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