Entrevista con Mikel Santiago

Fecha: 18 de mayo de 2017

Mikel Santiago (Portugalete, 1975) gusta de saludar a sus lectores con nueva novela al menos, una vez al año. Primero fue «La última noche en Tremore Beach» (2014), después «El mal camino» (2015) y ahora viene con «El extraño verano de Tom Harvey» (2017), un «¿quién-lo-hizo?» a ritmo de thriller por la que se pasean inquietantes y estrafalarios personajes. Con la prosa veloz con la que nos tiene acostumbrados, una llega al final queriendo arrancar las páginas, en vez de pasarlas. Y al acabarla, no puede desprenderse de ella fácilmente, sino que, más bien, desea abrazarla, a modo de despedida lenta, de complicidad vencida, antes de abandonar nuestras manos y dejar que descanse acodada entre otros libros leídos con fruición.

Este maestro de la construcción imaginativa trae una narración que guarda el aroma de Poe, Truman Capote y Agatha Christie. Modelos atractivas, música de jazz, un hombre enamorado, galerías de arte, valiosos lienzos, rincones siniestros, idílicos acantilados… y ese lugar vacío que es la muerte.

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Mikel-Santiago-P.JPGEl sur de Italia, Mikel. Parece que lo conoces bien. El lugar donde duermen los yates de lujo, la gente extravagante y algún que otro personaje que no puede escapar de sí mismo. ¿Cómo se te ocurre situar la historia en este lugar?

Italia es una vieja deuda conmigo mismo. Hace mucho tiempo, cuando empezaba con mi loca idea de convertirme en escritor, decidí ir en busca de los relatos de Truman Capote en «Los perros ladran». Recorrer Roma, Nápoles y Sicilia en busca de los lugares que describía Capote. A mitad de camino ya me había arruinado por completo, así que pedí asilo a unos familiares que tengo en Salerno y allí me quedé, colgado, con un montón de libros, una playa y todo un largo verano por delante. Digamos que desde entonces he querido regresar a Italia una y otra vez. Tom Harvey y su «¿quién lo hizo?» han sido la excusa que necesitaba.

Música de jazz en cada pliegue de la novela. Hay quien no sabe aún que tu vocación secreta es ser músico. ¿Necesitabas sacar ese rincón tuyo en la historia?

Tengo ese pequeño síndrome de los amantes de la música, que es ponerle a todo una banda sonora. Para mí la música es otro protagonista de mis historias, casi un reflejo de lo que quiero contar. La escucho mientras escribo, me documento, y hablo con mis amigos sobre discos. Finalmente, creo que incluso afecta a mi estilo. Al menos, en «El extraño verano de Tom Harvey» la estructura me ha salido como un solo de Coltrane. Vertiginosa y llena de giros… ¡Como un paseo al borde de los acantilados amalfitanos!

Me fascinan en tu escritura esos giros con los que sorprendes de principio a fin. Y el mayor de todos, ese cambio de registro con el que rompes con tu trayectoria anterior. ¿En cuál de ellos te encuentras más cómodo escribiendo, en la novela psicológica o en el thriller policíaco?

Si echo la vista atrás, creo que todo lo que he conseguido como escritor es producto de un desafío personal. «…Tremore Beach» fue casi una apuesta a que podía crear una novela negra mezclada con elementos de terror. «El mal camino» era un intento por jugar con una situación muy doméstica y familiar hasta convertirla en algo casi terrorífico. Con «El extraño verano de Tom Harvey» la apuesta era ver si podía «jugar y ganar» contra el cerebro de mis lectores, volver a un género que me emocionó de niño y, al mismo tiempo, crear un libro «reconocible» por los lectores de las anteriores novelas. Creo que lo he conseguido, pero eso… ¡lo diréis vosotras!

Por las páginas de tu novela veo pasear a muchos autores. A Patricia Highsmith, un tímido asomo de Stephen King y, la más presente, Agatha Christie. ¿Hay algún otro autor que esté presente, aparte de estos que tanto se reconocen?

¡Pero es que hay de todo! Además de mis devorados King, Highsmith, Christie… creo que en mis libros uno puede encontrar referencias a Poe, Conan Doyle, Borges, Lovecraft… y eso en el género.

Soy un lector muy ecláctico y me fascinan, por ejemplo, los libros de viaje y ensayos periodísticos de Kapuscinski, Chaves Nogales, Javier Reverte, Capote por supuesto…

Y dime, ¿quiénes fueron tus padres en la novela policíaca?

Más que padres, yo lo que tengo es una religión politeísta donde hay cientos de libros que son como pequeños dioses. Mi templo, que ya no me cabe en casa, es donde voy a sumergirme y a buscar la grandeza de los buenos textos. Sean del género que sean.

El protagonista, Tom Harvey, tiene una fascinación por Elena, a quien sigue durante las 500 páginas. En la novela dejas bien anotado todo lo que puede sentirse por una mujer y, sobre todo, a lo que puede renunciarse por alcanzar a esa pareja soñada. ¿Crees que el amor siempre es un gran tema en la literatura, que nunca sobra? 

Yo creo que un libro «va» de algo, tiene una trama, pero además, tiene un «alma». Para mí, el alma es la ambición de hacerse preguntas sobre la vida y la humanidad en una novela, sea cual sea su género. Y por supuesto, el amor es una de esas preguntas. ¿Cuándo se sabe que una relación ha muerto? ¿Qué es lo que nos duele cuando nos separamos de alguien? ¿Por qué elegimos a alguien para amarlo? ¿Y por qué rechazamos a alguien, pese a que nos convenga tanto? Tom está enamorado de Elena porque ve en ella la pareja perfecta. Es un afán de completarse, de construir su vida con la ayuda de alguien. ¿Es correcto? ¿infantil? ¿humano?. El reto de entretejer estas preguntas, como cuentas de un collar, en una trama policíaca, o de misterio, o de terror, es lo que hace de mi profesión algo fascinante y difícil.

Cuando se está cocinando un plato que tiene como ingrediente central la intriga, ¿qué otro ingrediente no debe faltar?

Nunca debe faltar un inicio perturbador, escalofriante y que «abra boca». No deben faltar los ruidos en la noche, las personas que hablan en sueños y los pájaros nocturnos que, a veces, parecen alertarnos con sus extraños cantos. Y por supuesto, necesitamos un héroe dispuesto a ignorar todas las advertencias. Un tipo como Tom Harvey, que acude presto a la llamada del misterio, incluso cuando se trata de un lugar siniestro en plena madrugada. Por último, un final tan rápido que hagas que el lector quiera arrancar las páginas en vez de pasarlas…

Hay quien dice que en literatura los muertos son siempre más interesantes que los vivos ¿a qué autor muerto resucitarías?

Si por mí fuera, sería la «noche de los muertos vivientes». Habría una gran invasión de escritores zombies y todos estarían invitados a cenar en mi casa (serviríamos cerebros blanditos): Patricia Highsmith, Capote, Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie y Edgar Allan Poe, a quien sentaríamos cerca de Lovecraft.

Acomodados en esta mesa tan bien avenida, faltaría servir un suculento manjar. Para tener entretenidos los estómagos y calladas las bocas. No sobraría bendecir los alimentos y dar gracias a Dios. La dicha sería completa si el Señor otorgase el perdón a sus comensales por esos pecados de pensamiento que cada uno fraguó en su cerebro, al imaginar, crear, y escribir, para nosotros, sus grandiosas obras.

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