«Una historia ridícula» de Luis Landero

He manifestado otras veces mi predilección por esas novelas en las que una se enreda, a veces, sin que pase apenas nada. Las minucias de la realidad, que no es poco. Si una se mete en ellas disfruta tanto, o más, que con las que libran lances transcendentales. La clave está en el estilo de la narración, en el modo de contar. Y el secreto, tal vez, en brillar sin que se note. Emitir una señal luminosa de vez en cuando. Esa es divisa común en grandes narradores. Dan cuenta de su maestría en el oficio con un discreto resplandor.

En «Una historia ridícula» la señal luminosa de Luis Landero (Alburquerque, 1948) me ha deslumbrado de un modo fulminante. Ensimismada como estaba en la lectura, no he sido capaz de atisbar otra luz que la emitida por la voz encerrada en el papel. Siempre certero, ameno, irónico y limpio, ha puesto a disposición de la narración unas alforjas rebosantes de clásicos (Kafka, Proust, etc.) sin que veamos su audacia. Este domador de palabras me ha seducido por completo. Ha conseguido convertir una historia que, en manos de cualquiera, hubiese pasado sin pena ni gloria, en una magnífica creación. Landero es un auténtico prestidigitador del lenguaje. Qué más puedo decir.

Nuestro personaje se llama Marcial, un tipo desclasado, ridículo y singular. Matarife de una empresa de productos cárnicos, vive convencido de que allí donde no llega el talento llega la apariencia. Y así actúa. No ha cursado estudios superiores, pero posee un amplio léxico que puede resultar ridículo y una filosofía de vida que, igualmente, puede resultar ridícula. Tanto su léxico como su filosofía de vida las iremos descubriendo, como gotas confesionales, al andar por la novela. No es hombre afable, sino todo lo contrario. Vive con el desprecio al prójimo y sus actos van llenos de intención, aunque en el fondo, no sé bien por qué, despierta algo de lástima. Tiene un corazón justiciero y cuentas pendientes con casi toda la especie humana desde la niñez.

Un día conoce a la refinada Pepita y arranca un idilio obsesivo y delirante con ella, hasta el punto de hacerle perder la razón y el decoro. Marcial no se enamora de una forma común y corriente. Lo suyo es un amor de esos de los que hablan los libros. Romántico, como el de los poetas. Pepita es inalcanzable para él y su fascinación por ella tan desproporcionada que su vida entera se desbarata. Lo que Marcial ha perseguido toda su vida lo encuentra en Pepita. Ella tiene clase, ocupa un lugar de prestigio en la escala social y a él se le despiertan los sentidos creer que esta mujer encantadora está a su alcance.

Cierto es que todos, unos más que otros, fingimos más de lo que somos y esa impostura parece ser válida en las lides del amor. Hasta los pájaros hinchan el papo y esponjan su plumaje para atraer a la hembra. Nos viene dado por naturaleza engalanarnos con prendas que no son nuestras, si estamos en la conquista del ser amado. El problema es cuando esa apropiación indebida de cualidades que no nos pertenecen nos hace perder la cabeza y nos extraviamos en laberintos de los que no sabemos salir. Este es el nudo de la novela. Lo que trata de resolver el tipo que ayer andaba descuartizando animales y hoy se codea con gente elegante, de buen gusto y elevada posición social.

Cómo salir de ese espejismo resulta muy cómico para el lector, pero no porque Marcial sea cómico, más bien es un tipo que actúa con extrema seriedad y cautela. El humor nace de la solemnidad con la que habla y del contraste entre esa solemnidad y lo que hace, como veíamos en el bueno de Buster Keaton. Diría que tiene una comicidad muy kafkiana de la que se sirve Landero, a través de Marcial, para contarnos lo absurdo de la vida. Kafka es uno de los autores fundacionales del universo literario del extremeño y en este relato se manifiesta especialmente su semilla.

Está escrita en primera persona y siendo muy fiel al lenguaje oral. No hay diálogos, ni falta que le hacen. Landero sabe engarzar las frases con tantísima fuerza expresiva que una frase nos conduce a otra y un párrafo al siguiente, con auténtico placer lector. Formalmente, es extraordinario. Magnético. Talla el lenguaje con un virtuosismo poco común. Cincelando cada palabra, cada expresión, cada párrafo. Este mimo apasionado por lo estético desde lo menudo de la narración es muy quevedesco.

En realidad, con la creación del personaje de Marcial consigue representar una excelente parodia de la alta cultura. Hay muchos Marciales en nuestra vida diaria. Vaya por delante que también tiene su parte tierna la defensa de esta cultura porque es tierno ver cómo el tipo defiende su dignidad. Ese intentar dar cuenta de las cosas de un modo intelectual a partir de unas cuantas lecturas a la enciclopedia o de haber visto unos cuantos documentales y denominarle a eso tener una filosofía de vida. Volviendo a la comicidad, la elección de los nombres de los enamorados, Marcial y Pepita, también esconde una intención cómica por parte del escritor.

Y aquí dejo mi invitación a que os enredéis en esta historia de ridículos cortejos y desencantos, de amores ridículos y humillación. Y que descubráis, en este cómico entramado, el más vivo retrato del ser humano.

Buenos días y buenas lecturas.

4 comentarios en “«Una historia ridícula» de Luis Landero

  1. Magnífica reseña, como siempre. Además estoy de acuerdo contigo en todo. ¡Qué manera tan espléndida de escribir tiene Landero! Qué bien construye los personajes, parece un bailarín de las palabras, te lleva por donde quiere sin darte cuenta. No sé si es un mago o un hechicero, pero ¡qué importa! Solo sé que espero sus libros con fascinación.
    Un abrazo.

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    • Querida MaryCarmen, me alegra que leas a Landero con los mismos ojos que yo. Qué pureza. Qué emotivo. Qué lenguaje más limpio y universal. Escritor de gran altura. Su modo de contar habla a todos, porque una de sus virtudes es no caer en la pomposidad ni en la pedantería, ni en la blasfemia, ni en lo vulgar… Y qué decir de su modo de ser…. ¡tan entrañable como su escritura!. Creo tener un idilio secreto con este señor… jajaja… Un saludo, MaryCarmen.

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